- PALAZZO DEI CONTI -

 
Existen lugares donde el peso de la historia olvida joyas escondidas,
abandonadas a su suerte como tesoro que yace sin que nadie las vea.

En un pequeño pueblo casi fantasmal donde el silencio se impone,
un palacio fue la residencia estival de un importante linaje de militares.
Sus altos rangos les titularon condes tras logros y hazañas para el país,
donde la aristocracia y la nobleza de épocas pasarían por sus bonitos
salones o estancias, subiendo y bajando su maravillosa escalera central
con atuendos castrenses, vestidos recargados y pomposos las damas
al gozo de bailes, reuniones o fiestas interminables al calor veraniego.

Vida de reyes a la que solo en decadencia estamos invitados a entrar,
el silencio se rompe repentinamente tras el ladrido ronco de un perro
despertándonos de la ensoñación de una vida que jamás viviremos.
Abiertas las puertas de palacio, pasen y vean, bienvenidos.






¿Como no se podía soñar ante la magnificencia de esta preciosa escalera?
¿Como se despierta uno tras estos frescos pintados que invitan a imaginar
que sobrevuelas el cielo atravesando columnas en dirección al astro rey?

Luz divina esta que iluminaba su eje central por el que ir de un piso a otro,
incapaces de no subir y bajar cada uno de sus peldaños una y otra vez
como testigo vivo de una época finita, presentes en esta magia o hechizo.




El palacio constaba de unos 12.000m2, a disposición de tres niveles.
La unión entre estos, era principalmente por esta escalera central
junto con dos alas laterales más completando cuadras y bodega.


En este histórico y anciano inmueble cuentan más de 300 años en sus pilares,
 donde la familia que residía en ella no escatimó en belleza ni mucho menos.
A día de hoy el palacio está carente de cualquier tipo de mobiliario de época,
pero se aprecia la exquisitez de sus techos y algunos detalles en ciertas estancias.

Bajando desde el último de los pisos, nos deleitamos con lo mejor del 1º.


 En una habitación apareció una tímida cama junto a una funda de violín.


Bajando a la planta baja, la luz se hacía menos intensa, un tanto enigmática,

con estancias igual de maltrechas pero maravillosas al vislumbrarse.


Vagar por cada una de esas habitaciones con esos techos, era increíble.

 Pero en ningún momento había resquicio de la huella familiar
hasta que apareció un mosaico en el suelo con una corona condal.

Teresa e Luigia, 1859. Hijas de los Condes, nietas del primero.
Un árbol genealógico de tenientes y generales que lucharon por el país
contra los franceses y ayudaron en la unificación contra los fascistas.
Sus alianzas posteriores casaron con grandes familias nobles y reconocidas,
tanto que incluso se codeaban con el rey de Italia y los Saboya, ahí es nada.





  Y si algo faltaba en un palacio y más en Italia, es que tuviera su propia capilla.
A la derecha de la entrada principal, adjunto al conjunto del recinto en el jardín,
supuestamente a posteriori del levantamiento del mismo, la chiesseta de 1644.

En ella, desde tan lejano intervalo, se abría en las procesiones anuales del
Corpus Christi, acogiendo a los fieles e impartida la bendición por el sacerdote.
Serían innombrables los actos de fe concedidos en esta pequeña iglesia
secundados por la familia condal, en su día enterrados en la cripta.









DESDE QUE LA MUERTE SOBREVINO PARA LLEVARTE,
NADA VOLVIÓ A SABERSE DE TI CONDE, O DE TU FAMILIA.
 DESDE QUE LA LEYENDA NO ES LEYENDA Y SU HISTORIA ES 
LA ROMANTICA VERDADERA DE TU LINAJE MILITAR A CONDAL,
EL MARAVILLOSO PALACIO EN TU AUSENCIA ENTENEBRECE.

¡QUE POR MUCHO TIEMPO SEA, PARA DISFRUTE DE LA PLEBE!.

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